La luz que ingresaba involuntariosamente por las bisagras…
Hay momentos en la vida que calan profundo en las papilas gustativas, tan profundo que aún no se puede ser consciente de cuál es el verdadero sabor que va a llegar a tener… amargo, dulce, salado, quien sabe. El tiempo brindará ese espacio donde los sabores puedan fluir y apreciemos que fue lo que realmente sentimos, como lo sentimos y con qué gusto nos quedamos… con que gusto elegimos quedarnos.
Esto en mi vida fue un hito, uno de los que se subliman incluso al dormir y que permiten resignificarte.
Ya han pasado casi cinco años de cuando un psiquiatra me dijo que tenía bipolaridad, que esa historia clínica que daba saltos entre manías y depresiones, no eran hechos aislados. Como a muchos, el mundo se me puso de cabeza, no encontraba la manera de reconfigurar esta parte de mi historia. Tras un tiempo de silencio… ese tiempo que se diluye entre las horas y que hace imposible que determines cuanto pasó realmente… tome la decisión de hospitalizarme de manera voluntaria en el hospital Horwitz de la avenida la paz.
El sabor era aún imperceptible.
Profunda vulnerabilidad… así es como me conecto con el comienzo tras pasar por la puerta gris del sector cuatro. No recuerdo la luminosidad que tenía ese espacio, pero sí recuerdo la luz que ingresaba involuntariosamente por las bisagras… remembranza, esperanza, dirección?
Tuve una experiencia de dolor profundo, de mi dolor, pero también el de las personas que estaban junto a mí. En ese patio de locos todo parecía ser perfectamente anormal, las miradas de mis compañeros albergaban una mezcla de clonazepan y desesperanza, creo que no podemos sentir nuestro dolor sin haber sentido el dolor del otro. Fueron buenos compañeros y le estaré eternamente agradecido por el regalo que me dieron.
Ya logro sentir algún sabor.
Es en los ojos de otro donde puedo ver reflejada mi alma… ese fue el regalo de mis compañeros del sector cuatro, fueron cinco meses donde lo recibí a diario.
Siempre tuve el profundo e inagotable amor y acompañamiento de mi familia, pero fui testigo de muchísima soledad, de personas que habían sido aparentemente olvidadas y exiliadas en su propia tierra.
Pasados los años, cuando ya pude trabajar y vincularme de manera más sana con mi vida, mire atrás y tuve la certeza profunda que mantengo hasta el día de hoy. Quienes tenemos una enfermedad de salud mental tenemos también a un compañero que nos da una mano, tenemos a alguien con quien compartir y que nos recuerde día a día que no estamos solos.
Ya han pasado casi cinco años y vuelvo a este Hospital, vuelvo guiado por mis convicciones, dolores y agradecimientos. Reforzado con el vínculo y la esperanza llego a la puerta gris del sector cuatro… la misma puerta de hace cinco años por donde la luz ingresaba, pero esta vez ya no lo hace de manera involuntaria. Vuelvo para compartir las experiencias que no sirvieron en las bandejas del almuerzo, vuelvo para reconocer en las voces los tonos de estas historias, esos mismos tonos que dieron pie a la mía.
Las papilas ya no están irritadas y como en la vida, no solo reconozco un sabor, pero definitivamente el dulce estará presente
Francisco Encina
Director Creativo Fundación Círculo Polar